ETA ha vuelto a cometer un grave atentado utilizando un coche-bomba con una gran carga de explosivos, que se ha podido llevar la vida de dos personas. Esta vez ha elegido un escenario que le garantiza el máximo de repercusión nacional e internacional y que ha provocado, por el número de personas directamente afectadas, una gran conmoción ciudadana. Y mucho miedo.
El coche-bomba es un instrumento cobarde, que permite a los terroristas asesinar sin correr apenas riesgos. Más allá de los muertos o heridos que han provocado cada uno de los coches que ETA ha hecho estallar a lo largo de su historia, que nadie se equivoque: cuando ETA pone un coche-bomba con esa carga de explosivos da por descontado que puede haberlos. Y no le importa que los haya, ni el número de ellos.
Durante estos nueve meses de tregua ha habido quien se ha empeñado en considerar como «actos para la galería» los diferentes comunicados de la banda y todas sus acciones, desde el robo de pistolas, la aparición de encapuchados o la quema de autobuses urbanos. Hoy el enemigo, nuestro único enemigo, se ha quitado con total obscenidad la careta. Ya no queda espacio para el disimulo. Tampoco es tiempo de llorar por la leche derramada. Es tiempo para el análisis sereno y para la respuesta democrática, firme y unívoca.
Mientras había quien interpretaba la actividad de la banda desde la declaración del alto el fuego como «gestos para su gente», otros pensábamos que los comunicados y las acciones de ETA y Batasuna demostraban su carácter totalitario y sus verdaderas intenciones. La voluntad de la banda de no renunciar a ninguna de sus reivindicaciones se ponía claramente de manifiesto en el contenido de su último zutabe, en el que reiteraban su exigencia al Gobierno de establecer una interlocución entre iguales. Durante estos meses hemos temido -y denunciado- que ETA sintió que se legitimaba su historia desde el mismo momento en que percibió que tanto nacional como internacionalmente era considerada como una parte del «proceso»; y que a partir de ahí y desde esa perspectiva ha ido desarrollando toda su estrategia.
Por muy buena intención que el Gobierno tuviera al embarcarse en este proceso de diálogo con ETA, es evidente que las cesiones semánticas ante los terroristas con el objetivo de convertirles a la democracia no han tenido éxito alguno. Por el contrario, todos esos gestos han sido percibidos por los terroristas como signos de debilidad. Porque hablar con ellos se ha hablado; y mucho. Pero, como la historia se ha encargado de enseñarnos, hablando no siempre se entiende la gente. Ningún movimiento totalitario se ha convertido jamás a la democracia.
Este nuevo atentado de ETA llega en un momento especialmente delicado. Las dos principales fuerzas democráticas españolas están profundamente divididas respecto de la política antiterrorista; y esa ruptura del consenso básico ha acarreado una profunda desarticulación de los movimientos cívicos y en la sociedad española en su conjunto. Esta es la principal novedad de este momento en el que ETA vuelve a romper una tregua; y esa es también su principal fortaleza. ETA ha cometido este atentado en el mejor de los climas para una organización totalitaria: con los demócratas desunidos y con una parte importante de la sociedad civil bajo los síntomas del cloroformo apaciguador, presa de una potencial cobardía que le lleva a pensar que «otro nos sacará las castañas del fuego».
Ante esta situación dolorosa y difícil tenemos que reaccionar reafirmando nuestra voluntad de aplicar todos los instrumentos del Estado de Derecho para derrotar a ETA; llamando a las cosas por su nombre; y reclamando y facilitando la unidad de acción entre los dos principales partidos de la democracia española. Sólo así seremos capaces de enfrentarnos con éxito a su estrategia desestabilizadora y criminal. No olvidemos que ETA conoce cuáles son nuestras debilidades; su objetivo con este nuevo atentado va más allá de su voluntad de demostrar su capacidad para aterrorizar a la sociedad. No olvidemos que el objetivo de ETA es destruir la democracia. Su mayor éxito sería que este atentado nos dividiera y nos debilitara aún más.
Es la hora de los Políticos y de la Política. Ambos con mayúsculas. Pero también es la hora de la sociedad civil. Es la hora de responder con unidad, con compromiso y con madurez. Es la hora de mirar hacia adelante, sin que eso signifique que no hemos de hacer y exigir autocrítica. Tiempo y momento habrá para ello. Hoy toca solidarizarnos con las víctimas, con aquellos que directamente han sufrido los efectos de este brutal atentado. Y responder con firmeza al enemigo, a ETA.
La resolución de mayo de 2005 supuso un cambio de estrategia en la lucha contra el terrorismo. La estrategia del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, que consistía en perseguir la derrota de ETA, fue sustituida por un acuerdo entre el Gobierno y los grupos parlamentarios nacionalistas e IU para impulsar el final dialogado con la banda. Más allá de la opinión que nos merezca ese intento, el Gobierno estaba en su derecho de explorar esa opción; pero su estrategia ha fracasado. Es la hora de volver al Pacto.